Cuando el día se hizo noche, cuando la lluvia retumba en los tímpanos. Justo en ese momento, ni antes ni después, Iker Casillas coronó a la diosa Cibeles.
Todo cambio en ese instante. Pepe dejó de dar patadas, Mourinho habló con los medios de comunicación, Cristiano más contento endulzó su rostro. Fue una celebración alegre de verdad y en ningún momento hubo recuerdos ni falta de respeto para el máximo rival.
Este tipo de acontecimientos son los que fortalecen un grupo, los une y demuestra que todos tienen un objetivo común. Todos van en la misma nave y luchan a la par. Ronaldo y Casillas celebran juntos, al igual que Pepe y Arbeloa. Todos los roces se van por la borda y solo queda el sabor de la victoria.
Tiempo habrá de analizar, algunos marcharán y se bajarán en el puerto más próximo. Sin embargo, estos que abandonen nunca podrán olvidar las 25.000 personas que a pesar de la intensa lluvia les acompañaron en la celebración.
El blanco inundó la capital. Un blanco iluminado que consiguió lo más difícil del día. Retiró las nubes y el sol salió para celebrar el título del Madrid. Con tanta alegría, solo un punto negro. Higuaín se marcha. Se va un diamante del escudo madridista, un emblema, un jugador especial. No tiene el carisma de un delantero centro pero tiene la garra con la que se ha alzado como uno de los mejores goleadores del mundo.
Borja Méndez
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